sábado, 17 de noviembre de 2012

Crecer en tiempos revueltos. Barrio de Chamberí

Esta semana ha finalizado, en Televisión Española, la serie Amar en Tiempos revueltos. El próximo año volverá a emitirse una secuela en Antena 3, pero creo que no será lo mismo..

He seguido con absoluta fidelidad todos los capítulos de la serie a lo largo de las siete temporadas. Alguno me he perdido,  pero siempre he procurado programar la grabación de los capítulos si no iba a estar en casa; y más tarde, verlos en la tele a la carta.

Al menos para mí el secreto del éxito de la serie ha sido el encontrarme con personajes y situaciones que me sonaban mucho, que me resultaban muy reconocibles, que todo sucedía en mi barrio, en donde yo nací y viví justo hasta el año 1957. El madrileño barrio de Chamberí.

También creo que ha sido un mérito grande de los guionistas el ir planteando, alrededor de las peripecias vitales de los protagonistas de cada temporada,  la realidad social de la época. Con algunas situaciones que a mi me "chirriaban" un poco, pero pienso que han sido bastante fieles.

Cada tarde, he tenido algún momento que me ha hecho recordar otros vividos, a parte de las imágenes en blanco y negro procedentes del NO-DO que me hacía muchísima ilusión volver a verlas. Esa plaza de Colón que yo cruzaba cuatro veces al día en mi camino al Instituto Beatriz Galindo, las carteleras de los cines de la Gran Vía, el escaparate de los Almacenes Sepu...

Supongo que alguno de los guionistas conoce muy bien el barrio y por eso la trama de la serie se situó allí y no en otro lugar de Madrid.

Por ser los "fijos",  Pelayo, Marcelino, Manolita y la pequeña Leonor (que por edad era como yo en aquella época, aunque en algún momento dejó de cumplir años) son mis amigos de la sobremesa, con los que he tomado café todo este tiempo. De los estupendos actores que han ido pasando cada temporada recuerdo con especial cariño a la maestra represaliada (Petra Martinez) que introduce en la literatura a Teresa, y con la que coincido a veces en la peluquería y no puedo dejar de verla como a Doña Adela.

He disfrutado mucho con esta serie y siento mucho que se haya terminado.

Yo iba poniendo imágenes reales cada tarde a los lugares del barrio que aparecían en la novela, por ejemplo situaba al cascarrabias don Senén o al padre Enrique en mi parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel, en la que me bautizaron.

(Parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel,  en la Glorieta de la Iglesia)
También situaba el bar de Pelayo, El asturiano, en alguna de las tabernas del barrio como esta de la calle Alvarez de Castro número 8.


(fotografía encontrada en el blog Caminando por Madrid)
Aunque uno de los recuerdos más presente ha sido el del mercado de abastos del barrio, al que Manolita y Felisa van en casi todos los capítulos. Siempre he imaginado el de la plaza de Olavide al que yo iba  con mi madre y a veces sola cuando ya era mayorcita.


(Fotografía de la apertura del mercado de Olavide en 1935)
Situado en el centro de la plaza de Olavide a donde confluyen muchas calles del barrio,  fue durante mucho tiempo uno de los mercados más surtidos y de calidad de Madrid.
Desgraciadamente y a pesar de los movimientos vecinales en contra de su demolición, voló por los aires el 2 de noviembre de 1974, para remodelar urbanísticamente la zona.


(Colapso controlado del mercado de abastos de la plaza de Olavide, 2-11-1974)
Al principio de este post he contado que me marché del barrio de Chamberí justo el año en que se sitúa el último capítulo de Amar en tiempos revueltos. Yo nací y viví hasta esa fecha en la calle Santa Engracia (entonces le habían cambiado el nombre por Joaquín García Morato -el aviador-, luego se lo restituyeron), en el número 5.

Mi casa era, y es, un edificio precioso en la que vivía un grupo de inquilinos bastante heterogéneo: había varias pensiones, un dentista, una notaría, un consultorio médico, varios pisos dedicados a residencia de viudas y huérfanas de militares y varias familias entre ellas la mía. Los propietarios de la finca la fueron dejando deteriorarse poco a poco y al final de los años 50 consiguieron que todos los inquilinos se fueran. Algunos, como mis padres, utilizaron la indemnización recibida para empezar a comprar un piso en propiedad, en los barrios de la periferia de Madrid que surgían como setas en una incipiente especulación inmobiliaria.

A "mi casa" le hicieron una remodelación y la convirtieron en un establecimiento hotelero. Hoy, totalmente renovada, pertenece a una importante cadena de hoteles.


Cuando yo veía las cristaleras de colores de la academia de baile de Lina y más tarde de la revista Sucesos, en la serie, recordaba las vidrieras emplomadas que había en las ventanas de la escalera de mi casa. Eran de la empresa "Maumejean" y aquella palabreja escrita en todas las ventanas es uno de los recuerdos más antiguos que conservo de mi infancia. No me preguntéis por qué. Con los años la he vuelto a ver en otras cristaleras y me ha hecho mucha ilusión. Creo que en la última remodelación del edificio las han restaurado y conservado.


(Hace chaflán entre Santa Engracia y Manuel Fernández Longoria, ¿verdad que es una casa preciosa?)

No me resisto a incluir aquí también, una fotografía de la vieja estación de metro de Chamberí, hoy accesible solamente como museo y que durante muchos años fué una estación fantasma en la que no paraban los vagones y que sirvió incluso de plató cinematográfico en algunas ocasiones. Cuando yo vivía allí cerquita,  tenía una boca de salida frente a la ferretería Chamberí, a la que yo solía ir con mi padre muy a menudo.


Necesitaba hacer este paseo por mi antiguo barrio, aunque me quedan en el archivo mil cosas más que he ido recordando gracias a Amar en tiempos revueltos.

Para mi han sido importantes dos barrios de Madrid, aunque he vivido en cuatro. Uno es Chamberí en el que nací y viví una infancia muy feliz y el otro es Arganzuela en el que llevo ya cerca de cuarenta años y me encuentro muy a gusto. Y como me considero gata y castiza pues... "de Madrid al cielo..."

Abuela Ana

jueves, 8 de noviembre de 2012

Noviembre

El mes empezó mal, muy mal. La noticia de lo que había sucedido en la macro fiesta de "Halloween" en Madrid me dejó muy triste y preocupada. Soy abuela de seis nietos y, aunque todavía ninguno es mayor de edad, ya hay al menos tres que están en plena adolescencia.

Pronto pedirán permiso para salir con sus amigos de marcha, querrán asistir a conciertos de sus cantantes favoritos, empezar el año nuevo en una fiesta.... y, la verdad,  lo que ha ocurrido en Madrid  ha dejado al descubierto muchas cosas feas como:  el ánimo de lucro de los organizadores, la improvisación, la falta de rigor en las inspecciones de los lugares en los que se celebran esos eventos, la necesidad de personal de seguridad  cualificado y sobre todo,  ese ir y venir de mano en mano de la patata caliente de la responsabilidad.

Voy a cumplir pronto setenta años y os aseguro que cuando escuché el otro día decir a la alcaldesa de mi ciudad, Madrid, que a partir de ahora se prohibían ese tipo de fiestas,  porque, dejaba entender que, la culpa de todo era de las propias víctimas (mucho ruído -música-, multitud, calor, alcohol...),  me pareció ir hacia atrás por el tunel del tiempo hasta la época de mi  juventud en la que hasta un guateque, con la madre de quien lo organizaba sentada en medio del salón,  era motivo para tener que ir a confesarse por lo pecaminoso de la fiesta.

En mi adolescencia y juventud el verbo prohibir se conjugaba muy a menudo.

La reacción de la alcaldesa me pareció tan de andar por casa, tan paternalista, que sentí vergüenza ajena.

- Como os habéis portado mal, se acabaron las fiestas-. Para un político ¿es más fácil prohibir que hacer cumplir las normas, pedir responsabilidades, castigar a los culpables y garantizar que algo así no pueda volver a suceder?. Pues parece que sí.

(Viñeta de El Roto, 9 de noviembre de 2012, El País)
En manos de los padres estará educar responsablemente a los muchachos y en autorizar o no el que vayan de fiesta, pero es necesario que los lugares a los que acudan ofrezcan como mínimo la seguridad de que no les va a pasar nada irreparable. Esa es la tarea de los responsables políticos.

Yo no se en qué terminará este asunto. Nadie podrá devolver a su casa a ninguna de las chicas que han perdido su vida en un día que iba a ser de fiesta,  pero quiero pensar que, de ahora en adelante,  los responsables de autorizar la reunión de miles de personas para celebrar fiestas o asistir a un concierto,  revisen con una lupa hasta el último detalle y no pasen por alto ni un solo aspecto que pueda ser motivo de que esta tragedia se repita.

Me gustaría dentro de poco, cuando mis nietos me digan que se van de fiesta, poder decirles con una gran sonrisa que lo pasen muy bien y que me cuenten como ha sido la fiesta, al día siguiente.
Abuela Ana